miércoles, 26 de mayo de 2010

Cscr-featured.svg
Santa Sofía de Constantinopla (532-537). Los cuatro minaretes son una adición correspondiente a su transformación en mezquita, a raíz de la conquista turca (1453). El Imperio bizantino fue la única institución política (aparte del papado) que mantuvo su existencia por la totalidad del periodo medieval.
La ciudad medieval de Carcasona. Ciudades amuralladas, puentes bien guarnecidos y castillos son parte de la imagen bélica de la Edad Media. El aspecto actual es fruto de una recreación historicista del siglo XIX, cuando las murallas ya no eran funcionales, y la mayor parte de las ciudades europeas las derribaba. El deseo de recuperarlas es una muestra de medievalismo.
Ermita del Cristo de la Luz en Toledo, anteriormente mezquita. La convivencia entre civilizaciones alternó entre el enfrentamiento y la tolerancia, el aislamiento y la influencia mutua.

La Edad Media, Medievo o Medioevo es el período histórico de la civilización occidental comprendido entre el siglo V y el XV. Su comienzo se sitúa convencionalmente en el año 476 con la caída del Imperio romano de Occidente y su fin en 1492 con el descubrimiento de América,[1] o en 1453 con la caída del Imperio bizantino, fecha que tiene la ventaja de coincidir con la invención de la imprenta (Biblia de Gutenberg) y con el fin de la Guerra de los Cien Años.

Actualmente los historiadores del periodo prefieren matizar esta ruptura entre Antigüedad y Edad Media de manera que entre los siglos III y VIII se suele hablar de Antigüedad Tardía, que habría sido una gran etapa de transición en todos los ámbitos: en lo económico, para la sustitución del modo de producción esclavista por el modo de producción feudal; en lo social, para la desaparición del concepto de ciudadanía romana y la definición de los estamentos medievales, en lo político para la descomposición de las estructuras centralizadas del Imperio romano que dio paso a una dispersión del poder; y en lo ideológico y cultural para la absorción y sustitución de la cultura clásica por las teocéntricas culturas cristiana o islámica (cada una en su espacio).[2]

Suele dividirse en dos grandes períodos: Temprana o Alta Edad Media (siglo V a siglo X, sin una clara diferenciación con la Antigüedad Tardía); y Baja Edad Media (siglo XI a siglo XV), que a su vez puede dividirse en un periodo de plenitud, la Plena Edad Media (siglo XI al siglo XIII), y los dos últimos siglos que presenciaron la Crisis de la Edad Media o del siglo XIV.


La ciencia medieval no respondía a una metodología moderna, pero tampoco lo había hecho la de los autores clásicos, que se ocuparon de la naturaleza desde su propia perspectiva; y en ambas edades sin conexión con el mundo de las técnicas, que estaba relegado al trabajo manual de artesanos y campesinos, responsables de un lento pero constante progreso en las herramientas y procesos productivos. La diferenciación entre oficios viles y mecánicos y profesiones liberales vinculadas al estudio intelectual convivió con una teórica puesta en valor espiritual del trabajo en el entorno de los monasterios benedictinos, cuestión que no pasó de ser un ejercicio piadoso, sobrepasado por la mucho más trascendente valoración de la pobreza, determinada por la estructura económica y social y que se expresó en el pensamiento económico medieval.


Es impropio hablar de Edad Media en otras civilizaciones

Mapa TO, con Jerusalén en el centro, y las tres partes simplificadas del mundo recordado, más que conocido en la Edad Media.

Las grandes migraciones de la época de las invasiones significaron paradójicamente un cierre al contacto de Occidente con el resto del mundo. Muy pocas noticias tenían los europeos del milenio medieval (tanto los de la cristiandad latina como los de la cristiandad oriental) de que, aparte de la civilización islámica, que ejerció de puente pero también de obstáculo entre Europa y el resto del Viejo Mundo,[10] se desarrollaban otras civilizaciones. Incluso un vasto reino cristiano como el de Etiopía, al quedar aislado, se convirtió en el imaginario cultural en el mítico reino del Preste Juan, apenas distinguible de las islas atlánticas de San Borondón y del resto de las maravillas dibujadas en los bestiarios y los escasos, rudimentarios e imaginativos mapas. El desarrollo marcadamente autónomo de China, la más desarrollada civilización de la época (aunque volcada hacia su propio interior y ensimismada en sus ciclos dinásticos: Sui, Tang, Song, Yuan y Ming), y la escasez de contactos con ella (el viaje de Marco Polo, o la mucho más importante expedición de Zheng He), que destacan justamente por lo inusuales y por su ausencia de continuidad, no permiten denominar a los siglos V al XV de su historia como historia medieval, aunque a veces se haga, incluso en publicaciones especializadas, más o menos impropiamente.[16]

La Historia de la India o la del África negra a partir del siglo VII contaron con una mayor o menor influencia musulmana, pero se atuvieron a dinámicas propias bien diferentes (Sultanato de Delhi, Sultanato de Bahmani, Imperio Vijayanagara –en la India– Imperio de Malí, Imperio Songhay –en África negra–). Incluso llegó a producirse una destacada intervención sahariana en el mundo mediterráneo occidental: el Imperio Almorávide.


Sueño de Constantino antes de la batalla del Puente Milvio. In hoc signo vinces (Con este signo vencerás). Ilustración de las Homilías de san Gregorio Nacianceno, siglo IX.
El papa Silvestre I bendice a Constantino, del que recibe con la tiara (símbolo del pontificado romano clásico, similar a otros tocados político-religiosos, como la doble corona de los faraones) el poder temporal sobre Roma. Fresco del siglo XIII, capilla de San Silvestre, monasterio de los Cuatro Santos Coronados.

El inicio de la Edad Media

Aunque se han propuesto varias fechas para el inicio de la Edad Media, de las cuales la más extendida es la del año 476, lo cierto es que no podemos ubicar el inicio de una manera tan exacta ya que la Edad Media no nace, sino que "se hace" a consecuencia de todo un largo y lento proceso que se extiende por espacio de cinco siglos y que provoca cambios enormes a todos los niveles de una forma muy profunda que incluso repercutirán hasta nuestros días. Podemos considerar que ese proceso empieza con la crisis del siglo III, vinculada a los problemas de reproducción inherentes al modo de producción esclavista, que necesitaba una expansión imperial continua que ya no se producía tras la fijación del limes romano. Posiblemente también confluyeran factores climáticos para la sucesión de malas cosechas y epidemias; y de un modo mucho más evidente las primeras invasiones germánicas y sublevaciones campesinas (bagaudas), en un periodo en que se suceden muchos breves y trágicos mandatos imperiales. Desde Caracalla la ciudadanía romana estaba extendida a todos los hombres libres del Imperio, muestra de que tal condición, antes tan codiciada, había dejado de ser atractiva. El Bajo Imperio adquiere un aspecto cada vez más medieval desde principios del siglo IV con las reformas de Diocleciano: difuminación de las diferencias entre los esclavos, cada vez más escasos, y los colonos, campesinos libres, pero sujetos a condiciones cada vez mayores de servidumbre, que pierden la libertad de cambiar de domicilio, teniendo que trabajar siempre la misma tierra; herencia obligatoria de cargos públicos -antes disputados en reñidas elecciones- y oficios artesanales, sometidos a colegiación -precedente de los gremios-, todo para evitar la evasión fiscal y la despoblación de las ciudades, cuyo papel de centro de consumo y de comercio y de articulación de las zonas rurales cada vez es menos importante. Al menos, las reformas consiguen mantener el edificio institucional romano, aunque no sin intensificar la ruralización y aristocratización (pasos claros hacia el feudalismo), sobre todo en Occidente, que queda desvinculado de Oriente con la partición del Imperio.

Alta Edad Media (siglos V al X)

¿Bárbaros?
Los bárbaros se desparraman furiosos... y el azote de la peste no causa menos estragos, el tiránico exactor roba y el soldado saquea las riquezas y las vituallas escondidas en las ciudades; reina un hambre tan espantosa, que obligado por ella, el género humano devora carne humana, y hasta las madres matan a sus hijos y cuecen sus cuerpos para alimentarse con ellos. Las fieras aficionadas a los cadáveres de los muertos por la espada, por el hambre y por la peste, destrozan hasta a los hombres más fuertes, y cebándose en sus miembros, se encarnizan cada vez más para destrucción del género humano. De esta suerte, exacerbadas en todo el orbe las cuatro plagas: el hierro, el hambre, la peste y las fieras, cúmplense las predicciones que hizo el Señor por boca de sus Profetas. Asoladas las provincias... por el referido encruelecimiento de las plagas, los bárbaros, resueltos por la misericordia del Señor a hacer la paz, se reparten a suertes las regiones de las provincias para establecerse en ellas.
Hidacio, Chronicon (hacia 468).[19]

Las transformaciones del mundo romano

El Imperio romano había pasado por invasiones externas y guerras civiles terribles en el pasado, pero a finales del siglo IV, aparentemente, la situación estaba bajo control. Hacía escaso tiempo que Teodosio había logrado nuevamente unificar bajo un solo centro ambas mitades del Imperio (392) y establecido una nueva religión de Estado, el Cristianismo niceno (Edicto de Tesalónica -380), con la consiguiente persecución de los tradicionales cultos paganos y las heterodoxias cristianas. El clero cristiano, convertido en una jerarquía de poder, justificaba ideológicamente a un Imperium Romanum Christianum y a la dinastía Teodosiana como había comenzado a hacer ya con la Constantiniana desde el Edicto de Milán (313).

Se habían encauzado los afanes de protagonismo político de los más ricos e influyentes senadores romanos y de las provincias occidentales. Además, la dinastía había sabido encauzar acuerdos con la poderosa aristocracia militar, en la que se enrolaban nobles germanos que acudían al servicio del Imperio al frente de soldados unidos por lazos de fidelidad hacia ellos. Al morir en 395, Teodosio confió el gobierno de Occidente y la protección de su joven heredero Honorio al general Estilicón, primogénito de un noble oficial vándalo que había contraído matrimonio con Flavia Serena, sobrina del propio Teodosio. Sin embargo, cuando en el 455 murió asesinado Valentiniano III, nieto de Teodosio, una buena parte de los descendientes de aquellos nobles occidentales (nobilissimus, clarissimus) que tanto habían confiado en los destinos del Imperio parecieron ya desconfiar del mismo, sobre todo cuando en el curso de dos decenios se habían podido dar cuenta de que el gobierno imperial recluido en Rávena era cada vez más presa de los exclusivos intereses e intrigas de un pequeño grupo de altos oficiales del ejército itálico. Muchos de éstos eran de origen germánico y cada vez confiaban más en las fuerzas de sus séquitos armados de soldados convencionales y en los pactos y alianzas familiares que pudieran tener con otros jefes germánicos instalados en suelo imperial junto con sus propios pueblos, que desarrollaban cada vez más una política autónoma. La necesidad de acomodarse a la nueva situación quedó evidenciada con el destino de Gala Placidia, princesa imperial rehén de los propios saqueadores de Roma (el visigodo Alarico I y su primo Ataúlfo, con quien finalmente se casó); o con el de Honoria, hija de la anterior (en segundas nupcias con el emperador Constancio III) que optó por ofrecerse como esposa al propio Atila enfrentándose a su propio hermano Valentiniano.

Alaricus rex gothorum, sello de Alarico II, rey visigodo.

Necesitados de mantener una posición de predominio social y económico en sus regiones de origen, reducidos sus patrimonios fundiarios a dimensiones provinciales, y ambicionando un protagonismo político propio de su linaje y de su cultura, los honestiores (los más honestos u honrados, los que tienen honor), representantes de las aristocracias tardorromanas occidentales habrían acabado por aceptar las ventajas de admitir la legitimidad del gobierno de dichos reyes germánicos, ya muy romanizados, asentados en sus provincias. Al fin y al cabo, éstos, al frente de sus soldados, podían ofrecerles bastante mayor seguridad que el ejército de los emperadores de Rávena. Además, el avituallamiento de dichas tropas resultaba bastante menos gravoso que el de las imperiales, por basarse en buena medida en séquitos armados dependientes de la nobleza germánica y alimentados con cargo al patrimonio fundiario provincial de la que ésta ya hacía tiempo se había apropiado. Menos gravoso tanto para los aristócratas provinciales como también para los grupos de humiliores (los más humildes, los rebajados en tierra -humus-) que se agrupaban jerárquicamente en torno a dichos aristócratas, y que, en definitiva, eran los que habían venido soportando el máximo peso de la dura fiscalidad tardorromana. Las nuevas monarquías, más débiles y descentralizadas que el viejo poder imperial, estaban también más dispuestas a compartir el poder con las aristocracias provinciales, máxime cuando el poder de estos monarcas estaba muy limitado en el seno mismo de sus gentes por una nobleza basada en sus séquitos armados, desde su no muy lejano origen en las asambleas de guerreros libres, de los que no dejaban de ser primun inter pares.

Pero esta metamorfosis del Occidente romano en romano-germano, no había sido consecuencia de una inevitabilidad claramente evidenciada desde un principio; por el contrario, el camino había sido duro, zigzagueante, con ensayos de otras soluciones, y con momentos en que parecía que todo podía volver a ser como antes. Así ocurrió durante todo el siglo V, y en algunas regiones también en el siglo VI como consecuencia, entre otras cosas, de la llamada Recuperatio Imperii o Reconquista de Justiniano.

Los distintos reinos

Batalla de Vouillé (507), entre francos y visigodos, representada en un manuscrito del siglo XIV.

Las invasiones bárbaras desde el siglo III habían demostrado la permeabilidad del limes romano en Europa, fijado en el Rin y el Danubio. La división del Imperio en Oriente y Occidente, y la mayor fortaleza del imperio oriental o bizantino, determinó que fuera únicamente en la mitad occidental donde se produjo el asentamiento de estos pueblos y su institucionalización política como reinos.

Fueron los visigodos, primero como Reino de Tolosa y luego como Reino de Toledo, los primeros en efectuar esa institucionalización, valiéndose de su condición de federados, con la obtención de un foedus con el Imperio, que les encargó la pacificación de las provincias de Galia e Hispania, cuyo control estaba perdido en la práctica tras las invasiones del 410 por suevos, vándalos y alanos. De éstos, sólo los suevos lograron el asentamiento definitivo en una zona: el Reino de Braga, mientras que los vándalos se establecieron en el norte de África y las islas del Mediterráneo Occidental, pero fueron al siglo siguiente eliminados por los bizantinos durante la gran expansión territorial de Justiniano I (campañas de los generales Belisario, del 533 al 544, y Narsés, hasta el 554). Simultáneamente los ostrogodos consiguieron instalarse en Italia expulsando a los hérulos, que habían expulsado a su vez de Roma al último emperador de Occidente. El Reino Ostrogodo desapareció también frente a la presión bizantina de Justiniano I.

Un segundo grupo de pueblos germánicos se instala en Europa Occidental en el siglo VI, de entre los que destaca el Reino franco de Clodoveo y sus sucesores merovingios, que desplaza a los visigodos de las Galias, forzándolos a trasladar su capital de Tolosa (Toulouse) a Toledo. También derrotaron a burgundios y alamanes, absorbiendo sus reinos. Algo más tarde los lombardos se establecen en Italia (568-9), pero serán derrotados a finales del siglo VIII por los mismos francos, que reinstaurarán el Imperio con Carlomagno (año 800).

En Gran Bretaña se instalarán los anglos, sajones y jutos, que crearán una serie de reinos rivales que serán unificados por los daneses (un pueblo nórdico) en lo que terminará por ser el reino de Inglaterra.

Las instituciones

Breviario de Alarico, en un manuscrito del siglo X.

La monarquía germánica era en origen una institución estrictamente temporal, vinculada estrechamente al prestigio personal del rey, que no pasaba de ser un primus inter pares (primero entre iguales), que la asamblea de guerreros libres elegía (monarquía electiva), normalmente para una expedición militar concreta o para una misión específica. Las migraciones a que se vieron sometidos los pueblos germánicos desde el siglo III hasta el siglo V (encajonados entre la presión de los hunos al este y la resistencia del limes romano al sur y oeste) fue fortaleciendo la figura del rey, al tiempo que se entraba en contacto cada vez mayor con las instituciones políticas romanas, que acostumbraban a la idea de un poder político mucho más centralizado y concentrado en la persona del Emperador romano. La monarquía se vinculó a las personas de los reyes de forma vitalicia, y la tendencia era a hacerse monarquía hereditaria, dado que los reyes (al igual que habían hecho los emperadores romanos) procuraban asegurarse la elección de su sucesor, la mayor parte de las veces aún en vida y asociándolos al trono. El que el candidato fuera el primogénito varón no era una necesidad, pero se terminó imponiendo como una consecuencia obvia, lo que también era imitado por las demás familias de guerreros, enriquecidos por la posesión de tierras y convertidos en linajes nobiliarios que se emparentaban con la antigua nobleza romana, en un proceso que puede denominarse feudalización. Con el tiempo, la monarquía se patrimonializó, permitiendo incluso la división del reino entre los hijos del rey.

El respeto a la figura del rey se reforzó mediante la sacralización de su toma de posesión (unción con los sagrados óleos por parte de las autoridades religiosas y uso de elementos distintivos como orbe, cetro y corona, en el transcurso de una elaborada ceremonia: la coronación) y la adición de funciones religiosas (presidencia de concilios nacionales, como los Concilios de Toledo) y taumatúrgicas (toque real de los reyes de Francia para la cura de la escrófula). El problema se suscitaba cuando llegaba el momento de justificar la deposición de un rey y su sustitución por otro que no fuera su sucesor natural. Los últimos merovingios no gobernaban por sí mismos, sino mediante los cargos de su corte, entre los que destacaba el mayordomo de palacio. Únicamente tras la victoria contra los invasores musulmanes en la batalla de Poitiers el mayordomo Carlos Martel se vio justificado para argumentar que la legitimidad de ejercicio le daba méritos suficientes para fundar él mismo su propia dinastía: la carolingia. En otras ocasiones se recurría a soluciones más imaginativas (como forzar la tonsura -corte eclesiástico del pelo- del rey visigodo Wamba para incapacitarle).


La cristiandad latina y los bárbaros

Libro de Kells o Evangeliario de San Columba, arte hiberno-sajón o irlando-sajón.

La expansión del cristianismo entre los bárbaros, el asentamiento de la autoridad episcopal en las ciudades y del monacato en los ámbitos rurales (sobre todo desde la regla de San Benito de Nursia -monasterio de Montecassino, 529-), constituyeron una poderosa fuerza fusionadora de culturas y ayudó a asegurar que muchos rasgos de la civilización clásica, como el derecho romano y el latín, pervivieran en la mitad occidental del Imperio, e incluso se expandiera por Europa Central y septentrional. Los francos se convirtieron al catolicismo durante el reinado de Clodoveo I (496 ó 499) y, a partir de entonces, expandieron el cristianismo entre los germanos del otro lado del Rin. Los suevos, que se habían hecho cristianos arrianos con Remismundo (459-469), se convirtieron al catolicismo con Teodomiro (559-570) por las predicaciones de San Martín de Dumio. En ese proceso se habían adelantado a los propios visigodos, que habían sido cristianizados previamente en Oriente en la versión arriana (en el siglo IV), y mantuvieron durante siglo y medio la diferencia religiosa con los católicos hispano-romanos incluso con luchas internas dentro de la clase dominante goda, como demostró la rebelión y muerte de San Hermenegildo (581-585), hijo del rey Leovigildo). La conversión al catolicismo de Recaredo (589) marcó el comienzo de la fusión de ambas sociedades, y de la protección regia al clero católico, visualizada en los Concilios de Toledo (presididos por el propio rey). Los años siguientes vieron un verdadero renacimiento visigodo[24] con figuras de la influencia de san Isidoro de Sevilla (y sus hermanos Leandro, Fulgencio y Florentina, los cuatro santos de Cartagena), Braulio de Zaragoza o Ildefonso de Toledo, de gran repercusión en el resto de Europa y en los futuros reinos cristianos de la Reconquista (véase cristianismo en España, monasterio en España, monasterio hispano y liturgia hispánica).

Otras cristianizaciones medievales
Cirilo y Metodio, los apóstoles de los eslavos, con el alfabeto cirílico en un icono ruso del siglo XVIII o XIX.

Por su parte, la extensión del cristianismo entre los búlgaros y la mayor parte de los pueblos eslavos (serbios, moravos y los pueblos de Crimea y estepas ucranianas y rusas) fue muy posterior, y a cargo del Imperio bizantino, con lo que se hizo con el credo ortodoxo (predicaciones de Cirilo y Metodio, siglo IX); mientras que la evangelización de otros pueblos de Europa Oriental (el resto de los eslavos -polacos, eslovenos y croatas-, bálticos y húngaros) y de los pueblos nórdicos (vikingos escandinavos) se hizo por el cristianismo latino partiendo de Europa Central, en un periodo todavía más tardío (hasta los siglos XI y XII).

Rey San Esteban I de Hungría, cristianizador de los húngaros. Imagen del Chronicon Pictum del Siglo XIV.
Es una locura creer en los dioses.
Saga de Hrafnkell, sacerdote de Frey (Islandia, compuesta a finales del siglo XIII, pero ambientada en época precristiana).[26]

La mayoría de estas cristianizaciones se llevaron a cabo entre finales del Siglo IX y comienzos del Siglo XI. A finales del Siglo X, los sacerdotes ortodoxos de bizancio mantenían una intensa actividad cristianizadora en los pueblos eslavos, sin tener gran éxtito hasta la aparición de la figura del Gran Príncipe Vladimiro I de Kiev quien se convirtió en el 988 al cristianismo bajo el rito de Constantinopla, y con él gran parte de sus súbditos. De esta manera fue tomando forma el Estado medieval conocido como el Gran Principado de Kiev, a partir del cual surgieron posteriormente los demás Estados eslavos rusos.

Por otra parte, el papado mantuvo gran influencia en Europa Central y Oriental, extendiendose desde su vecino el Reino de Croacia, hasta el lejano Ducado de Polonia. Sin embargo, el mosaico europeo no se completó finalmente sino hasta el año 1000, cuando los húngaros se convirtieron al cristianismo bajo la figura del rey San Esteban I de Hungría. De esta manera, el pacto surgido entre el Papa Silvestre II y el monarca húngaro, por intervención del jóven emperador germánico Otón III acabaron con la incertidubre que envolvía a ese basto terreno pagano en la Cuenca de los Cárpatos. De esta manera, pronto Hungría ahora convertida en un reino cristiano se volvió uno de los aliados más cercanos del papado durante varios siglos, sirviendo de Estado fronterizo y mediador entre el mundo Oriental Ortodoxo eslavo, y la Europa católica. Igualmente la cristianización del Gran Principado de Hungría y la fundación del Estado húngaro medieval permitió el surgimiento de incontables vías comerciales y de peregrinación que rápidamente interconectaron a Europa.[27]

Los jázaros, un caso peculiar

Los jázaros eran un pueblo turco procedente del Asia central (donde se había formado desde el siglo VI el imperio de los Köktürks) que en su parte occidental había dado origen a un importante estado que dominaba el Cáucaso y las estepas rusas y ucranianas hasta Crimea en el siglo VII. Su clase dirigente se convirtió mayoritariamente al judaísmo, peculiaridad religiosa que le convertía en un vecino excepcional entre el Califato islámico de Damasco y el Imperio cristiano de Bizancio.

El Imperio bizantino (siglos IV al XV)

La división entre Oriente y Occidente fue, además de una estrategia política (inicialmente de Diocleciano -286- y hecha definitiva con Teodosio -395-), un reconocimiento de la diferencia esencial entre ambas mitades del Imperio. Oriente, en sí mismo muy diverso (Tracia -Península Balcánica-, Asia -Anatolia, Cáucaso, Siria, Palestina y la frontera mesopotámica con los persas- y Egipto), era la parte más urbanizada y con economía más dinámica y comercial, frente a un Occidente en vías de feudalización, ruralizado, con una vida urbana en decadencia, mano de obra esclava cada vez más escasa y la aristocracia cada vez más ajena a las estructuras del poder imperial y recluida en sus lujosas villae autosuficientes, cultivadas por colonos en régimen similar a la servidumbre. La lingua franca en Oriente era el griego, frente al latín de Occidente. En la implantación de la jerarquía cristiana, Oriente disponía de todos los patriarcados de la Pentarquía menos el de Roma (Alejandría, Antioquía y Constantinopla, a los que se añadió Jerusalén tras el concilio de Calcedonia de 451); incluso la primacía romana (sede pontificia o cátedra de San Pedro) era un hecho discutido.

Mosaico bizantino con el tema de la Theotokos (María como Madre de Dios). Los nimbos representan la santidad (el del Niño Jesús, cruciforme, la divinidad y el sacrificio de la Cruz). El fondo dorado representa la eternidad celeste, además de cumplir con el horror vacui propio del estilo. Todos sus rasgos: el cromatismo, la frontalidad y la linealidad (bordes nítidos, marcado de los pliegues), además de influir grandemente en el románico de Europa Occidental, se reprodujeron y continuaron, estereotipados, en los iconos religiosos de épocas posteriores en toda Europa Oriental.

La supervivencia de Roma en Oriente no dependía de la suerte de Occidente, mientras que lo contrario sí: de hecho, los emperadores orientales optaron por sacrificar la ciudad de Rómulo y Remo -que ya ni siquiera era la capital occidental- cuando lo consideraron conveniente, abandonándola a su suerte o incluso desplazando hacia ella a los bárbaros más agresivos, lo que precipitó su caída.


Justiniano I consolidó la frontera del Danubio y, desde 532 logró un equilibrio en la frontera con la Persia sasánida, lo que le permitió desplazar los esfuerzos bizantinos hacia el Mediterráneo, reconstruyendo la unidad del Mare Nostrum: En 533, una expedición del general Belisario aniquila a los vándalos (batalla de Ad Decimum y batalla de Tricamarum) incorporando la provincia de África y las islas del Mediterráneo Occidental (Cerdeña, Córcega y las Baleares). En 535 Mundus ocupó Dalmacia y Belisario Sicilia. Narsés elimina a los ostrogodos de Italia en 554-555. Rávena volvió a ser una ciudad imperial, donde se conservarán los fastuosos mosaicos de San Vital. Liberio sólo consiguió desplazar a los visigodos de la costa sureste de la Península Ibérica y de la provincia Bética.

En Constantinopla se iniciaron dos programas ambiciosos y de prestigio con el fin de asentar la autoridad imperial: uno de recopilación legislativa: el Digesto, dirigido por Triboniano (publicado en 533), y otro constructivo: la Iglesia de Santa Sofía, de los arquitectos Antemio de Tralles e Isidoro de Mileto (levantada entre el 532 y el 537).

Crisis, supervivencia y helenización del Imperio

Psalterio Chludov, uno de los tres únicos manuscritos ilustrados iconódulos que sobrevivieron al siglo IX. Esta página ilustra un pasaje evangélico en que un soldado ofrece a Cristo vinagre en una esponja atada a una lanza. En el plano inferior se caricaturiza al último Patriarca de Constantinopla iconoclasta, Juan el Gramático, borrando un icono de Cristo con una esponja similar.

Los siglos VII y VIII representaron para Bizancio una edad oscura similar a la de occidente, que incluyó también una fuerte ruralización y feudalización en lo social y económico y una pérdida de prestigio y control efectivo del poder central. A las causas internas se sumó la renovación de la guerra con los persas, nada decisiva pero especialmente extenuante, a la que siguió la invasión musulmana, que privó al Imperio de las provincias más ricas: Egipto y Siria. No obstante, en el caso bizantino, la disminución de la producción intelectual y artística respondía además a los efectos particulares de la querella iconoclasta, que no fue un simple debate teológico entre iconoclastas e iconódulos, sino un enfrentamiento interno desatado por el patriarcado de Constantinopla, apoyado por el emperador León III, que pretendía acabar con la concentración de poder e influencia política y religiosa de los poderosos monasterios y sus apoyos territoriales (puede imaginarse su importancia viendo cómo ha sobrevivido hasta la actualidad el Monte Athos, fundado más de un siglo después, en 963).

Basilio II Bulgaróctono Βασίλειος Β΄ Βουλγαροκτόνος, que quiere decir: «matador de búlgaros»; el nombre Basilio, Basileus significa rey en griego, y era el título que se daba al emperador.

La recuperación de la autoridad imperial y la mayor estabilidad de los siglos siguientes trajo consigo también un proceso de helenización, es decir, de recuperación de la identidad griega frente a la oficial entidad romana de las instituciones, cosa más posible entonces, dada la limitación y homogeneización geográfica producida por la pérdida de las provincias, y que permitía una organización territorial militarizada y más fácilmente gestionable: los temas (themata) con la adscripción a la tierra de los militares en ellos establecidos, lo que produjo formas similares al feudalismo occidental.

El periodo entre 867 y 1056, bajo la dinastía macedonia, se conoce con el nombre de Renacimiento Macedónico, en que Bizancio vuelve a ser una potencia mediterránea y se proyecta hacia los pueblos eslavos de los Balcanes y hacia el norte del Mar Negro. Basilio II Bulgaróctono que ocupó el trono en el período 976-1025 llevó al Imperio a su máxima extensión territorial desde la invasión musulmana, ocupando parte de Siria, Crimea y los Balcanes hasta el Danubio. La evangelización de Cirilo y Metodio obtendrá una esfera de influencia bizantina en Europa Oriental que cultural y religiosamente tendrá una gran proyección futura mediante la difusión del alfabeto cirílico (adaptación del alfabeto griego para la representación de los fonemas eslavos, que se sigue utilizando en la actualidad); así como la del cristianismo ortodoxo (predominante desde Serbia hasta Rusia).


La expansión del Islam (desde el siglo VII)

Expansión árabe en el siglo VII: califa Abu Bakr en la zona I, Omar en la II, Uthman en la III y Ali en la IV.

Al-Andalus (siglo VIII al XV)

Interior de la Mezquita de Córdoba. Durante algo más de un siglo Córdoba fue la capital de un califato

Surgimiento y ascenso

Coronación de Carlomagno por el papa León III, el día de Navidad del año 800.

Hacia el siglo VIII, la situación política europea se había estabilizado. En oriente, el Imperio bizantino era fuerte otra vez, gracias a una serie de emperadores competentes. En occidente, algunos reinos aseguraban relativa estabilidad a varias regiones: Northumbria a Inglaterra, Visigotia a España, Lombardía a Italia, y el Reino Franco a la Galia. En realidad, el "reino franco" era un compuesto de tres reinos: Austrasia, Neustria y Aquitania.

El Imperio carolingio surge de las bases creadas por los predecesores de Carlomagno desde principios del siglo VIII (Carlos Martel y Pipino el Breve). La proyección de sus fronteras a través de una gran parte de la Europa Occidental permitió a Carlos la aspiración de reconstruir la extensión del antiguo Imperio romano Occidental, siendo la primera entidad política de la Edad Media que estuvo en condiciones de convertirse en una potencia continental.

K-A-R-L-O-S. Monograma de Carlomagno, que éste utilizaba como firma. Carlomagno, a pesar de sus esfuerzos, nunca aprendió a escribir con soltura

Se crearon las marcas para fijar las fronteras ante los enemigos exteriores (árabes en la Marca Hispánica, sajones en la Marca Sajona, bretones en la Marca Bretona, lombardos -hasta su derrota- en la Marca Lombarda y ávaros en la Marca Ávara; posteriormente también se creó una para los magiares: la Marca del Friuli). El territorio interior fue organizado en condados y ducados (unión de varios condados o marcas). Los funcionarios que los dirigían (condes, marqueses y duques) eran vigilados por inspectores temporales (los missi dominici -enviados del señor-), y se procuraba que no se heredaran para evitar que quedaran patrimonializados en una familia (cosa, que con el tiempo, no pudo evitarse). La consignación de tierras junto con los cargos, pretendía sobre todo el mantenimiento de la costosa caballería pesada y los nuevos caballos de batalla (destreros, introducidos desde Asia en el siglo VII, que se empleaban de una manera completamente distinta a la caballería antigua, con estribos, aparatosas sillas y que podían sostener armaduras).

División y hundimiento

Ludovico Pío, hijo y heredero de Carlomagno.

Muerto Carlomagno en 814, toma el poder su hijo Ludovico Pío. Los hijos de éste: Carlos el Calvo (Francia occidental), Luis el Germánico (Francia oriental) y Lotario I (primogénito y heredero del título imperial), se enfrentaron militarmente disputándose los diferentes territorios del imperio, que, más allá de las alianzas aristocráticas, manifestaban distintas personalidades, interpretables desde una perspectiva protonacional (idiomas diferentes -hacia el sur y oeste se imponían las lenguas romances que se comenzaban a diferenciar del latín vulgar, hacia el norte y este las lenguas germánicas, como testimoniaban los previos Juramentos de Estrasburgo-, costumbres, tradiciones e instituciones propias -romanas hacia el sur, germanas hacia el norte-). Esta situación no concluyó ni siquiera en el 843 tras el Tratado de Verdún, puesto que la posterior división del reino de Lotario entre sus hijos (la Lotaringia, franja central desde los Países Bajos hasta Italia, pasando por la región del Rin, Borgoña y Provenza) llevó a los tíos de éstos -Carlos y Luis-, a otro reparto (el Tratado de Mersen -870) que simplificaba las fronteras (dejando únicamente Italia y Provenza en manos de su sobrino el emperador Luis II el Joven -cuyo cargo no suponía más primacía que la honorífica-), pero no condujo a una mayor concentración de poder en manos de esos monarcas, débiles y en manos de la nobleza territorial. En algunas regiones, el pacto no era más que una entelequia, puesto que la costa del Mar del Norte estaba ocupada por los vikingos. Incluso en las zonas teóricamente controladas, las posteriores herencias y luchas internas entre los sucesivos reyes y emperadores carolingios subdividieron y reunificaron los territorios de manera casi aleatoria.


El sistema feudal

Uso del término "feudalismo"

El fracaso del proyecto político centralizador de Carlomagno llevó, en ausencia de ese contrapeso, a la formación de de un sistema político, económico y social que los historiadores han convenido en llamar feudalismo, aunque en realidad el nombre nació como un peyorativo para designar del Antiguo Régimen por parte de sus críticos ilustrados. La Revolución francesa suprimió solemnemente "todos los derechos feudales" en la noche del 4 de agosto de 1789 y "definitivamente el régimen feudal", con el decreto del 11 de agosto.

La generalización del término permite a muchos historiadores aplicarlo a las formaciones sociales de todo el territorio europeo occidental, pertenecieran o no al Imperio carolingio. Los partidarios de un uso restringido, argumentando la necesidad de no confundir conceptos como feudo, villae, tenure, o señorío lo limitan tanto en espacio (Francia, Oeste de Alemania y Norte de Italia) como en el tiempo: un "primer feudalismo" o "feudalismo carolingio" desde el siglo VIII hasta el año 1000 y un "feudalismo clásico" desde el año 1000 hasta el 1240, a su vez dividido en dos épocas, la primera, hasta el 1160 (la más descentralizada, en que cada señor de castillo podía considerarse independiente, y se produce el proceso denominado incastellamento); y la segunda, la propia de la "monarquía feudal"). Habría incluso "feudalismos de importación": la Inglaterra normanda desde 1066 y los estados latinos de oriente creados durante las Cruzadas (siglos XII y XIII).[37]

Otros prefieren hablar de "régimen" o "sistema feudal", para diferenciarlo sutilmente del feudalismo estricto, o de síntesis feudal, para marcar el hecho de que sobreviven en ella rasgos de la antigüedad clásica mezclados con contribuciones germánicas, implicando tanto a instituciones como a elementos productivos, y significó la especificidad del feudalismo europeo occidental como formación económico social frente a otras también feudales, con consecuencias trascendentales en el futuro devenir histórico.[38] Más dificultades hay para el uso del término cuando nos alejamos más: Europa Oriental experimenta un proceso de "feudalización" desde finales de la Edad Media, justo cuando en muchas zonas de Europa Occidental los campesinos se liberan de las formas jurídicas de la servidumbre, de modo que suele hablarse del feudalismo polaco o ruso. El Antiguo Régimen en Europa, el Islam medieval o el Imperio bizantino fueron sociedades urbanas y comerciales, y con un grado de centralización política variable, aunque la explotación del campo se realizaba con relaciones sociales de producción muy similares al feudalismo medieval. Los historiadores que aplican la metodología del materialismo histórico (Marx definió el modo de producción feudal como el estadio intermedio entre el esclavista y el capitalista) no dudan en hablar de "economía feudal" para referirse a ella, aunque también reconocen la necesidad de no aplicar el término a cualquier formación social preindustrial no esclavista, puesto que a lo largo de la historia y de la geografía han existido otros modos de producción también previstos en la modelización marxista, como el modo de producción primitivo de las sociedades poco evolucionadas, homogéneas y con escasa división social -como las de los mismos pueblos germánicos previamente a las invasiones- y el modo de producción asiático o despotismo hidráulico -Egipto faraónico, reinos de la India o Imperio chino- caracterizado por la tributación de las aldeas campesinas a un estado muy centralizado.[39] En lugares aún más lejanos se ha llegado a utilizar el término feudalismo para describir una época. Es el caso de Japón y el denominado feudalismo japonés, dadas las innegables similitudes y paralelismos que la nobleza feudal europea y su mundo tiene con los samuráis y el suyo. También se ha llegado a aplicarlo a la situación histórica de los periodos intermedios de la historia de Egipto, en los que, siguiendo un ritmo cíclico milenario, decae el poder central y la vida en las ciudades, la anarquía militar rompe la unidad de las tierras del Nilo, y los templos y señores locales que alcanzan a controlar un espacio de poder gobiernan en él de manera independiente sobre los campesinos obligados al trabajo.

El vasallaje y el feudo

Un vasallo arrodillado realiza la inmixtio manum durante el homenaje a su señor, sentado. Un escribiente toma nota. Todos están sonrientes.

Dos instituciones eran claves para el feudalismo: por un lado el vasallaje como relación jurídico-política entre señor y vasallo, un contrato sinalagmático (es decir, entre iguales, con requisitos por ambas partes) entre señores y vasallos (ambos hombres libres, ambos guerreros, ambos nobles), consistente en el intercambio de apoyos y fidelidades mutuas (dotación de cargos, honores y tierras -el feudo- por el señor al vasallo y compromiso de auxilium et consilium -auxilio o apoyo militar y consejo o apoyo político-), que si no se cumplía o se rompía por cualquiera de las dos partes daba lugar a la felonía, y cuya jerarquía se complicaba de forma piramidal (el vasallo era a su vez señor de vasallos); y por otro lado el feudo como unidad económica y de relaciones sociales de producción, entre el señor del feudo y sus siervos, no un contrato igualitario, sino una imposición violenta justificada ideológicamente como un do ut des de protección a cambio de trabajo y sumisión.

Por tanto, la realidad que se enuncia como relaciones feudo-vasalláticas es realmente un término que incluye dos tipos de relación social de naturaleza completamente distinta, aunque los términos que las designan se empleaban en la época (y se siguen empleando) de manera equívoca y con gran confusión terminológica entre ellos:

El vasallaje era un pacto entre dos miembros de la nobleza de distinta categoría. El caballero de menor rango se convertía en vasallo (vassus) del noble más poderoso, que se convertía en su señor (dominus) por medio del Homenaje e Investidura, en una ceremonia ritualizada que tenía lugar en la torre del homenaje del castillo del señor. El homenaje (homage) -del vasallo al señor- consistía en la postración o humillación -habitualmente de rodillas-, el osculum (beso), la inmixtio manum -las manos del vasallo, unidas en posición orante, eran acogidas entre las del señor-, y alguna frase que reconociera haberse convertido en su hombre. Tras el homenaje se producía la investidura -del señor al vasallo-, que representaba la entrega de un feudo (dependiendo de la categoría de vasallo y señor, podía ser un condado, un ducado, una marca, un castillo, una población, o un simple sueldo; o incluso un monasterio si el vasallaje era eclesiástico) a través de un símbolo del territorio o de la alimentación que el señor debe al vasallo -un poco de tierra, de hierba o de grano- y del espaldarazo, en el que el vasallo recibe una espada (y unos golpes con ella en los hombros), o bien un báculo si era religioso.

La encomienda, encomendación o patrocinio (patrocinium, commendatio, aunque era habitual utilizar el término commendatio para el acto del homenaje o incluso para toda la institución del vasallaje) eran pactos teóricos entre los campesinos y el señor feudal, que podían también ritualizarse en una ceremonia o -más raramente- dar lugar a un documento. El señor acogía a los campesinos en su feudo, que se organizaba en una reserva señorial que los siervos debían trabajar obligatoriamente (sernas o corveas) y en el conjunto de las pequeñas explotaciones familiares (mansos) que se atribuían a los campesinos para que pudieran subsistir. Obligación del señor era protegerles si eran atacados, y mantener el orden y la justicia en el feudo. A cambio, el campesino se convertía en su siervo y pasaba a la doble jurisdicción del señor feudal: en los términos utilizados en la península Ibérica en la Baja Edad Media, el señorío territorial, que obligaba al campesino a pagar rentas al noble por el uso de la tierra; y el señorío jurisdiccional, que convertía al señor feudal en gobernante y juez del territorio en el que vivía el campesino, por lo que obtenía rentas feudales de muy distinto origen (impuestos, multas, monopolios, etc.). La distinción entre propiedad y jurisdicción no era en el feudalismo algo claro, pues de hecho el mismo concepto de propiedad era confuso, y la jurisdicción, otorgada por el rey como merced, ponía al señor en disposición de obtener sus rentas. No existieron señoríos jurisdiccionales en los que la totalidad de las parcelas pertenecieran como propiedad al señor, siendo muy generalizadas distintas formas de alodio en los campesinos. En momentos posteriores de despoblamiento y refeudalización, como la crisis del siglo XVII, algunos nobles intentaban que se considerase despoblado completamente de campesinos un señorío para liberarse de todo tipo de cortapisas y convertirlo en coto redondo reconvertible para otro uso, como el ganadero.[40]


Los órdenes feudales

Orator, bellator et laborator (clérigo, guerrero y labrador); o sea, los tres órdenes medievales. Letra capitular de un manuscrito.

Con el tiempo, siguiendo la tendencia marcada desde el Bajo Imperio romano, que se consolidó en la época clásica del feudalismo y que pervivió durante todo el Antiguo Régimen, se fue conformando una sociedad organizada de manera estamental, en los llamados estamentos u ordines (órdenes): nobleza, clero y pueblo llano (o tercer estado): bellatores, oratores y laboratores los hombres que guerrean, los que rezan y los que trabajan, según el vocabulario de la época. Los dos primeros son privilegiados, es decir, no se les aplica la ley común, sino un fuero propio (por ejemplo, tienen distintas penas para el mismo delito, y su forma de ejecución es diferente) y no pueden trabajar (les están prohibidos los oficios viles y mecánicos), puesto que esa es la condición de no privilegiados. En época medieval, los órdenes feudales no eran estamentos cerrados y bloqueados, sino que mantenían una permeabilidad que permitía en casos extraordinarios el ascenso social debido al mérito (por ejemplo, a la demostración de un excepcional valor), que eran tan escasos que no se vivían como una amenaza, cosa que sí ocurrió a partir de las grandes convulsiones sociales de los siglos finales de la Baja Edad Media, en que los privilegiados se vieron obligados a institucionalizar su posición procurando cerrar el acceso a sus estamentos de los no privilegiados (en lo que tampoco tuvieron una eficacia total). Completamente impropia sería la comparación con la sociedad de castas de la India, en que guerreros, sacerdotes, comerciantes, campesinos y parias pertenecían a castas diferentes entendidas como linajes desconectados cuya mezcla se prohibía.

Las funciones de los órdenes feudales estaban fijadas ideológicamente por el agustinismo político (Civitate Dei -426-), en búsqueda de una sociedad que, aunque como terrena no podía dejar de ser corrupta e imperfecta, podía aspirar a ser al menos una sombra de la imagen de una "Ciudad de Dios" perfecta de raíces platónicas[41] en que todos tuvieran un papel en su protección, su salvación y su mantenimiento. Esta idea fue reformulada y perfilada a lo largo de la Edad Media, sucesivamente por autores como Isidoro de Sevilla (630), la escuela de Auxerre (Haimón de Auxerre -865- en la abadía borgoñona en la que trabajaban Erico de Auxerre y su discípulo Remigio de Auxerre, que seguían la tradición de Escoto Eriúgena), Boecio (892), Wulfstan de York (1010), Gerardo de Cambrai (1024) o Adalberón de Laon; y utilizada en textos legislativos como la llamada Compilación de Huesca de los Fueros de Aragón (Jaime I), y el Código de las Siete Partidas (Alfonso X el Sabio, 1265).[42]

Los bellatores o guerreros eran la nobleza, cuya función era la protección física, la defensa de todos ante las agresiones e injusticias. Estaba organizada piramidalmente desde el emperador, pasando por los reyes y descendiendo sin solución de continuidad hasta el último escudero, aunque atendiendo a su rango, poder y riqueza puede clasificarse en dos partes diferenciadas: alta nobleza (marqueses, condes y duques) cuyos feudos tienen el tamaño de regiones y provincias (aunque la mayor parte de las veces no en continuidad territorial, sino repartido y difuso, lleno de enclaves y exclaves); y la baja nobleza o caballeros (barones, infanzones), cuyos feudos son del tamaño de pequeñas comarcas (a escala municipal o inferior a la municipal), o directamente no poseen feudos territoriales, viviendo en los castillos de señores más importantes, o en ciudades o poblaciones en las que no ejercen jurisdicción (aunque sí pueden ejercer su regimiento, es decir, participar en su gobierno municipal en representación del estado noble). A finales de la Edad Media y en la Edad Moderna, cuando la nobleza ya no ejercía su función militar, como era el caso de los hidalgos españoles, que aducían sus privilegios estamentales para evitar el pago de impuestos y obtener alguna ventaja social, alardeando de ejecutoria o de blasón y casa solariega, pero que al no disponer de rentas feudales suficientes para mantener la manera de vida nobiliaria, corrían el peligro de perder su condición por contraer un matrimonio desigual o ganarse la vida trabajando:

Pues la sangre de los godos,

y el linaje e la nobleza
tan crescida,
¡por cuántas vías e modos
se pierde su grand alteza
en esta vida!
Unos, por poco valer,
por cuán baxos e abatidos
que los tienen;
otros que, por non tener,

con oficios non debidos se mantienen.[43]

Además de la legitimación religiosa, a través de la cultura y el arte laicos (la épica de los cantares de gesta y la lírica del amor cortés de los trovadores provenzales) se difundía socialmente la legitimación ideológica de la forma de vida, la función social y los valores de la nobleza.[44]

Asesinato de Santo Tomás Becket (1170), provocado por el rey de Inglaterra, anteriormente su aliado. Vidriera de la catedral de Canterbury (siglo XIII).
Excomunión de Roberto II de Francia (998), en una recreación de pintura histórica por Jean-Paul Laurens (1875).

Los oratores o clérigos eran el clero, cuya función era facilitar la salvación espiritual de las almas inmortales: algunos formaban una élite poderosa llamada alto clero (abades, obispos), y otros más humildes, el bajo clero (curas de pueblo o los hermanos legos de un monasterio). La extensión y organización del monacato benedictino a través de la Orden de Cluny, estrechamente vinculado a la organización de la red episcopal centralizada y jerarquizada, con cúspide en el Papa de Roma, estableció la doble pirámide feudal del clero secular, destinado a la administración los de sacramentos (que controlaban toda la trayectoria vital de la población, desde el nacimiento hasta muerte); y el clero regular, apartado del mundo y sometido a una regla monástica (habitualmente la regla benedictina).

Los laboratores o trabajadores, eran el pueblo llano, cuya función era el mantenimiento de los cuerpos, la función ideológicamente más baja y humilde -humiliores eran los cercanos al humus, la tierra, mientras que sus superiores eran honestiores, los que podían mantener la honra u honor-.[46] Necesariamente los más numerosos, y la inmensa mayoría de ellos dedicados a tareas agrícolas, dado la bajísima productividad y rendimiento agrícola, propios de la época preindustrial y del muy escaso nivel técnico (de ahí la identificación en castellano de laborator con labrador). Por lo común estaban sometidos a los otros estamentos. El pueblo llano estaba compuesto en su gran mayoría por campesinos, siervos de los señores feudales o campesinos libres (villanos), y por artesanos, que eran escasos y vivían, bien en las aldeas (aquellos de menor especialización, que solían compartir las tareas agrícolas: herreros, talabarteros, alfareros, sastres) o en las pocas y pequeñas ciudades (los de mayor especialización y de productos de necesidad menos apremiante o de demandada de las clases altas: joyeros, orfebres, cereros, toneleros, tejedores, tintoreros).

Las zonas sin dependencia intermedia de señores nobles o eclesiásticos se denominaban realengo y solían prosperar más, o al menos solían considerar como una desgracia el pasar a depender de un señor, hasta el punto de que en algunas ocasiones conseguían evitarlo con pagos al rey, o se incentivaba la repoblación de zonas fronterizas o despobladas (como ocurrió en el reino astur-leonés con la despoblada Meseta del Duero) donde podían aparecer figuras mixtas, como el caballero villano (que podía mantener con su propia explotación al menos un caballo de guerra y armarse y defenderse a sí mismo) o las behetrías, que elegían a su propio señor y podían cambiar de uno u a otro si les convenía, o con la oferta de un fuero o carta puebla que otorgaba a un población su propio señorío colectivo. Los privilegios iniciales no fueron suficientes para impedir que con el tiempo la mayor parte de ellos cayeran en la feudalización.

El año mil

El legendario año mil, final del primer milenio, que se utiliza convencionalmente para el paso de la Alta a la Baja Edad Media, en realidad tan solo es una cifra redonda para el cómputo de la era cristiana, que no era de universal utilización: los musulmanes utilizaban su propio calendario islámico lunar que comienza en la Hégira (622); en algunas partes de la Cristiandad se utilizaban eras locales (como la era hispánica, que cuenta desde el 38 a. C.). Pero ciertamente, el milenarismo y los pronósticos del final de los tiempos estaban presentes; incluso el propio papa durante el cambio de milenio Silvestre II, el francés Gerberto de Aurillac, interesado en todo tipo de conocimientos, se ganó una reputación esotérica.[48] La astrología siempre pudo encontrar fenómenos celestes extraordinarios en los que apoyar su prestigio (como los eclipses), pero ciertamente otros eventos de la época estuvieron entre los más espectaculares de la historia: el cometa Halley, que se acerca a la Tierra periódicamente cada ocho décadas, alcanzó su brillo máximo en la visita de 837,[49] despidió el primer milenio en 989 y llegó a tiempo de la batalla de Hastings en 1066; mucho más visibles aún, las supernovas SN 1006 y SN 1054, que reciben el número del año en que se registraron, fueron más detalladamente reflejadas en fuentes chinas, árabes e incluso indoamericanas que en las escasas europeas (a pesar de que la de 1054 coincidió con la batalla de Atapuerca).

La Edad Media cree firmemente que todas las cosas en el universo tienen un significado sobrenatural, y que el mundo es como un libro escrito por la mano de Dios. Todos los animales tienen un significado moral o místico, al igual que todas las piedras y todas las hierbas (y esto es lo que explican los bestiarios, los lapidarios y los herbarios). Se llega así a atribuir significados positivos o negativos también a los colores... Para el simbolismo medieval una cosa puede tener incluso dos significados opuestos según el contexto en el que se contempla (de ahí que el león a veces simbolice a Jesucristo y a veces al demonio).[51]

La coyuntura del año mil

En la coyuntura histórica del año mil, las estructuras políticas más fuertes del periodo anterior se estaban demostrando muy débiles: el Islam se descompuso en califatos (Bagdad, El Cairo y Córdoba), que para el año 1000 se estaban demostrando incapaces de contener a los reinos cristianos en la península Ibérica (fracaso final de Almanzor) y al Imperio bizantino en el Mediterráneo Oriental. También sufre la expansión bizantina el Imperio Búlgaro, que queda destruido. Los particularismos nacionales francés, polaco y húngaro dibujan fronteras protonacionales que, curiosamente, son muy similares a las del año 2000. En cambio, el Imperio carolingio se había disuelto en principados feudales ingobernables, que los Otónidas se proponían incluir en una segunda Restauratio Imperii (Otón I, en el 962), esta vez sobre bases germanas.[52]

La persistencia del miedo y la función de la risa

Nel mezzo del cammin di nostra vita
mi ritrovai per una selva oscura
chè la diritta via era smarrita.
En el medio del camino de nuestra vida
me encontraba en un bosque oscuro
porque el recto camino había extraviado.
Disciplinantes o flagelantes en un grabado del siglo XV. Penitenciagite (haced penitencia) Hay que castigar el cuerpo para salvar el alma. El ascetismo ve en la mortificación un camino para superar las tentaciones de la carne y obtener méritos en vida para la redención de la culpa por los pecados.

Los miedos y la inseguridad no acabaron con el año mil, ni tampoco hubo que esperar para volver a encontrarlos a la terrible Peste Negra y a los flagelantes del siglo XIV. Incluso en el óptimo medieval del expansivo siglo XIII lo más habitual era encontrar textos como el de Dante, o como éstos:

Este himno de autor desconocido, atribuido a muy diversos personajes (el papa Gregorio -que pudiera ser Gregorio Magno, a quien también se atribuye el canto gregoriano, u otro de los de ese nombre-, al fundador del Cister San Bernardo de Claraval, a los monjes dominicos Umbertus y Frangipani y al franciscano Tomás de Celano) e incorporado a la liturgia de la misa:


Dies iræ, dies illa,
Solvet sæclum in favilla,
Teste David cum Sibylla !
Quantus tremor est futurus,
quando judex est venturus,
cuncta stricte discussurus !
...
Confutatis maledictis,
flammis acribus addictis,
voca me cum benedictis.
Oro supplex et acclinis,
cor contritum quasi cinis,
gere curam mei finis.
Lacrimosa dies illa,
qua resurget ex favilla
judicandus homo reus.
Huic ergo parce, Deus.

Día de la ira; día aquel
en que los siglos se reduzcan a cenizas;
como testigos el rey David y la Sibila.
¡Cuánto terror habrá en el futuro
cuando el juez haya de venir
a juzgar todo estrictamente!
...
Tras confundir a los malditos
arrojados a las llamas voraces
hazme llamar entre los benditos
Te lo ruego, suplicante y de rodillas,
el corazón acongojado, casi hecho cenizas:
hazte cargo de mi destino.
Día de lágrimas será aquel día
en que resucitará, del polvo
para el juicio, el hombre culpable.
A ese, pues, perdónalo, oh Dios.
Un monstruoso demonio arranca la lengua con una tenaza a un condenado (posiblemente un castigo por haber pecado de palabra), mientras otro demonio le arrastra tirándole del pelo. Capitel románico de la iglesia de Bois-Sainte-Marie, Brionnais, Francia.

Pero también participa de la misma concepción pesimista del mundo este otro, proveniente de un ambiente totalmente opuesto, recogido en una colección de poemas goliardos (monjes y estudiantes de vida desordenada):[53]

O Fortuna: Oh Fortuna,
velut luna: como la Luna
statu variabilis,: variable
semper crescis: creces sin cesar
aut decrescis;: o desapareces.
vita detestabilis: ¡Vida detestable!
nunc obdurat: primero embota
et tunc curat: y después estimula,
ludo mentis aciem: como juego, la agudeza de la mente.
egestatem,: la pobreza
potestatem: y el poder
dissolvit ut glaciem.: se derriten como el hielo.
Sors immanis: Destino monstruoso
et inanis,: y vacío,
rota tu volubilis,: una rueda girando es lo que eres,
status malus,: si está mal colocada
vana salus: la salud es vana,
semper dissolubilis,: siempre puede ser disuelta,
obumbrata: eclipsada
et velata: y velada
Fortuna imperatrix mundi: Fortuna emperatriz del mundo (Carmina Burana)

Lo sobrenatural estaba presente en la vida cotidiana de todos como un constante recordatorio de la brevedad de la vida y la inminencia de la muerte, cuyo radical igualitarismo se aplicaba, en contrapunto con la desigualdad de las condiciones, como un cohesionador social, al igual que la promesa de la vida eterna. La imaginación se excitaba con las imágenes más morbosas de lo que ocurriría en el juicio final, los tormentos del infierno y de los méritos que los santos habían obtenido con su vida ascética y sus martirios (que bien administrados por la Iglesia podían ahorrar las penas temporales del purgatorio). Esto no sólo operaba en los amedrentados iletrados que únicamente disponían del evangelio en piedra de las iglesias; la mayor parte de los lectores cultos daban todo crédito a las escenas truculentas que llenaban los martirologios y a las inverosímiles historias de la Leyenda Áurea de Jacopo da Vorágine.

A furia rusticorum libera nos, Domine De la furia de los campesinos, líbranos Señor.

Baja Edad Media (siglos XI al XV)

Faenas agrícolas del mes de junio, ilustración de Las muy ricas horas del Duque de Berry (1411-1416). Fenómenos tradicionales y de larga duración, como la necesidad de murallas, lo rudimentario de las técnicas y la explotación de los campesinos se contraponen a fenómenos nuevos y dinámicos, como el crecimiento de la ciudad y su atrevida arquitectura, que no obstante se siguen basando en la extracción y distribución del excedente productivo del campo. Aún queda mucho para culminar la transición del feudalismo al capitalismo.

La Baja Edad Media es un término que a veces produce confusión, pues procede de un equívoco etimológico entre alemán y castellano: baja no significa decadente, sino reciente; por oposición al alta de la Alta Edad Media, que significa antigua (en alemán alt: viejo, antiguo). No obstante, es cierto que desde alguna perspectiva historiográfica puede verse al conjunto del periodo medieval como el ciclo de nacimiento, desarrollo, auge e inevitable caída de una civilización, modelo interpretativo que inició Gibbon para el Imperio romano (donde es más obvia la oposición entre Alto Imperio y Bajo Imperio) y que se ha aplicado con mayor o menor fortuna a otros contextos históricos y artísticos.[58] Así se entiende que se asigne el nombre de Plenitud de la Edad Media al periodo de la Historia de Europa que ocupa los siglos XI al XIII. Esa Plena Edad Media terminaría en la crisis del siglo XIV o crisis de la Edad Media, en la que sí se pueden apreciar procesos decadentes, y es habitual calificarla de ocaso u otoño. No obstante, los últimos siglos medievales están llenos de hechos y procesos dinámicos, con enormes repercusiones y proyecciones en el futuro, aunque lógicamente son los hechos y procesos que pueden entenderse como "nuevos", que prefiguran los nuevos tiempos de la modernidad. Al mismo tiempo, los hechos, procesos, agentes sociales, instituciones y valores caracterizados como medievales han entrado claramente en decadencia; sobreviven, y sobrevivirán por siglos, en buena medida gracias a su institucionalización (por ejemplo, el cierre de los estamentos privilegiados o la adopción del mayorazgo), lo que no deja de ser un síntoma de que es entonces, y no antes, que se consideró necesario defenderlos tanto.

La Plena Edad Media (siglos XI al XIII)

La justificación de esa denominación es lo excepcional del desarrollo demográfico, económico, social y cultural de Europa que tiene lugar en ese período, coincidente con un clima muy favorable (se ha hablado del "óptimo medieval") que permitía cultivar vides en Inglaterra.

El simbólico año mil (cuyos terrores milenaristas son un mito historiográfico frecuentemente exagerado) no significa nada por sí mismo, pero a partir de entonces se da por terminada la Edad Oscura de las invasiones de la Alta Edad Media: húngaros y normandos están ya asentados e integrados en la cristiandad latina. La Europa de la Plena Edad Media es expansiva también en el terreno militar: las cruzadas en el Próximo Oriente, la dominación angevina de Sicilia y el avance de los reinos cristianos en la península Ibérica (desaparecido el Califato de Córdoba) amenazan con reducir el espacio islámico a la ribera sur de la cuenca del Mediterráneo y el interior de Asia.

El modo de producción feudal se desarrolla sin encontrar de momento límites a su extensión (como ocurrirá con la crisis del siglo XIV). La renta feudal se distribuye por los señores fuera del campo, donde se origina: las ciudades y la burguesía crecen con el aumento de la demanda de productos artesanales y del comercio a larga distancia, nacen y se desarrollan las ferias, las rutas comerciales terrestres y marítimas e instituciones como la Hansa. Europa Central y Septentrional entran en el corazón de la civilización Occidental. El Imperio bizantino se mantiene entre el islam y los cruzados, extendida su influencia cultural por los Balcanes y las estepas rusas donde se resiste el empuje mongol.

La expansión del sistema feudal
Dinamismo interno: económico, social, tecnológico e intelectual
Un campesino ordeña una oveja, mientras en la cabaña un niño come ante una mesa (los muebles no eran muy habituales en las casas de los pobres). Ilustración del siglo XIV de Tacuinum sanitatis, un tratado médico árabe de Ibn Butlan que se tradujo al latín y tuvo una gran difusión por Europa Occidental en la Baja Edad Media, como otras obras de origen similar.

Lejos de ser un sistema social anquilosado (el cierre del acceso a los estamentos es un proceso que se produce como reacción conservadora de los privilegiados, tras la crisis final de la Edad Media, ya en el Antiguo Régimen), el feudalismo medieval demostró suficiente flexibilidad como para permitir el desarrollo de dos procesos, que se retroalimentaron mutuamente favoreciendo una rápida expansión. Por una parte, el asignar un lugar a cada persona dentro del sistema, permitió la expulsión de todos aquellos para quienes no había lugar, enviándolos como colonos y aventureros militares a tierras no ganadas para la Cristiandad Occidental, expandiendo así brutalmente sus límites. Por la otra, el asegurar un cierto orden y estabilidad social para el mundo agrario tras el fin del periodo de las invasiones; aunque ni mucho menos se acabaron las guerras -consustanciales al sistema feudal- el nivel habitual de violencia en periodos bélicos tendía a controlarse por las propias instituciones -código de honor, tregua de Dios, acogimiento a sagrado- y en periodos normales tendía a ritualizarse -desafíos, duelos, rieptos, justas, torneos, paso honroso-, aunque no desaparecía ni en las relaciones internacionales ni dentro de los reinos, con unas ciudades que basaban su seguridad y pax urbana en sus fuertes murallas, sus toques de queda y su expeditiva justicia, y unos inseguros campos en los que señores de horca y cuchillo imponían sus prerrogativas e incluso abusaban de ellas (malhechores feudales), no sin encontrar la resistencia antiseñorial de los siervos,[59] a veces mitificada (Robin Hood).

Caballos de tiro equipados con colleras para permitir el aprovechamiento eficaz de su fuerza. La fotografía es actual, pero la tecnología empleada es similar a la mejorada en la Edad Media.

Esa dinámica lucha de clases entre siervos y señores dinamizaba la economía y hacía posible el inicio de una concentración de riquezas acumuladas a partir de las rentas agrícolas; pero nunca de manera comparable a la acumulación de capital propia del capitalismo, pues no se hacía con ellas inversión productiva (como hubiera ocurrido de disponer los campesinos del uso del excedente), sino atesoramiento en manos de nobleza y clero. Tal cosa, en última instancia, a través de los programas de construcción (castillos, monasterios, iglesias, catedrales, palacios) y el gasto suntuario en productos de lujo -caballos, armas sofisticadas, joyas, obras de arte, telas de calidad, tintes, sedas, tapices, especias- no pudo dejar de estimular el rudimentario comercio a larga distancia, la circulación monetaria y la vida urbana; en definitiva, el resurgimiento económico de Europa Occidental. Irónicamente, ambos procesos terminarían por minar las bases del feudalismo, y llevarlo hacia su destrucción.[l. Sólo en el transcurso de siglos, y debido al ensayo y error del buen hacer artesanal de anónimos herreros y talabarteros sin ningún tipo de conexión con la investigación científica, se produjo la incorporación de escasas pero decisivas mejoras técnicas como la collera (que posibilita el aprovechamiento eficaz de la fuerza de los caballos de tiro, que empiezan a sustituir a los bueyes) o el arado de vertedera (que sustituye al arado romano en las tierras húmedas y pesadas del norte de Europa, no así en las secas y ligeras del sur). El barbecho de año y vez siguió siendo el método de cultivo más utilizado; la rotación de cultivos era desconocida, el abonado era un recurso excepcional, dada la escasez de animales, cuyo estiércol era el único abono disponible; el regadío estaba limitado a algunas de las zonas mediterráneas de cultura islámica; se escatimaba la utilización de hierro en herramientas y aperos de labranza, dado su coste inasumible por los campesinos; el nivel técnico, en general, era precario. El molino de viento fue una transferencia tecnológica que, como tantas otras en otros campos (pólvora, papel, brújula, grabado), provenía de Asia.


Aula universitaria. Laurentius de Voltolina, segunda mitad del siglo XIV.

Siguiendo el precedente de la organización carolingia de las escuelas palatinas, catedralicias y monásticas (debida a Alcuino de York -787-), más que el de otras instituciones semejantes existentes en el mundo islámico,[61] las primeras universidades de la Europa cristiana fueron fundadas para el estudio del derecho, la medicina y la teología. La parte central de la enseñanza envolvía el estudio de las artes preparatorias (denominadas artes liberales por cuanto eran mentales o espirituales y liberaban del trabajo manual propio de las artesanías, consideradas oficios viles y mecánicos); estas artes liberales eran el trivium (gramática, retórica y lógica) y el quadrivium (aritmética, geometría, música y astronomía). Después, el alumno entraba en contacto con estudios más específicos. Además de centros de enseñanza, eran también el lugar de investigación y producción del saber, y foco de vigorosos debates y polémicas, lo que a veces requirió incluso las intervenciones del poder civil y eclesiástico, a pesar de los fueros de los que estaban dotadas y que las convertían en instituciones independientes, bien dotadas económicamente con una base patrimonial de tierras y edificios. La transformación cultural generada por las universidades ha sido resumida de este modo: En 1100, la escuela seguía al maestro; en 1200, el maestro seguía a la escuela.[62] Las más prestigiosas recibían el nombre de Studium Generale, y su fama se extendía por toda Europa, requiriendo la presencia de sus maestros, o al menos la comunicación epistolar, lo que inició un fecundo intercambio intelectual facilitado por el uso común de la lengua culta, el latín.

Entre 1200 y 1400 fueron fundadas en Europa 52 universidades; 29 de ellas de fundación papal, las demás de fundación imperial o real. La primera fue posiblemente Bolonia (especializada en Derecho, 1088), a la que siguió Oxford (antes de 1096), de la que se escindió su rival Cambridge (1209), París, de mediados del siglo XII (uno de cuyos colegios fue la Sorbona, 1275), Salamanca (1218, precedida por el Estudio General de Palencia de 1208), Padua (1222), Nápoles (1224), Coímbra (1308, trasladada desde el Estudio General de Lisboa de 1290), Alcalá de Henares (1293, refundada por el Cardenal Cisneros en 1499), la Sapienza (Roma, 1303), Valladolid (1346), la Universidad Carolina (Praga, 1348), la Universidad Jagellónica (Cracovia, 1363), Viena (1365), Heidelberg (1386), Colonia (1368) y, ya al final del periodo medieval, Lovaina (1425), Barcelona (1450), Basilea (1460) y Uppsala (1477). En medicina gozaba de un gran prestigio la Escuela Médica Salernitana, con raíces árabes, que provenía del siglo IX; y en 1220 empezó a rivalizar con ella la Facultad de Medicina de Montpellier.


La escolástica fue la corriente teológico-filosófica dominante del pensamiento medieval, tras la patrística de la Antigüedad tardía, y se basó en la coordinación de fe y razón (en principio la identificación de ambas), que en cualquier caso siempre suponía la clara sumisión de la razón a la fe (Philosophia ancilla theologiae -la filosofía es esclava de la teología-). Pero también es un método de trabajo intelectual: todo pensamiento debía someterse al principio de autoridad (Magister dixit -lo dijo el Maestro-), y la enseñanza se podía limitar en principio a la repetición o glosa de los textos antiguos, y sobre todo de la Biblia, la principal fuente de conocimiento, pues representa la Revelación divina; a pesar de todo ello, la escolástica incentivó la especulación y el razonamiento, pues suponía someterse a un rígido armazón lógico y una estructura esquemática del discurso que debía exponerse a refutaciones y preparar defensas. Desde el comienzo del siglo IX al fin del XII los debates se centraron en la cuestión de los universales, que opone a los realistas encabezados por Guillermo de Champeaux, a los nominalistas representados por Roscelino y a los conceptualistas (Pedro Abelardo). En el siglo XII tiene lugar la recepción de textos de Aristóteles antes desconocidos en Occidente, primero indirectamente a través de los filósofos judíos y árabes, especialmente Avicena y Averroes, pero en seguida directamente traducido del griego al latín por san Alberto Magno y por Guillermo de Moerbeke, secretario de santo Tomás de Aquino, verdadera cumbre del pensamiento medieval y elevado al rango de Doctor de la Iglesia. El apogeo de la escolástica coincide con el siglo XIII, en que se fundan las universidades y surgen las órdenes mendicantes: dominicos (que siguieron una tendencia aristotélica -los anteriormente citados-) y franciscanos (caracterizados por el platonismo y la tradición patrística -Alejandro de Hales o san Buenaventura-). Ambas órdenes coparán las cátedras y la vida de los colegios universitarios, y de ellas procederán la mayoría de los teólogos y filósofos de la época.

Los intelectuales medievales buscaban entender los principios geométricos y armónicos con los que Dios habría creado el Universo. El compás en esta ilustración de un manuscrito del siglo XIII es un símbolo del acto de creación de Dios.[63]
Ergo Domine, qui das fidei intellectum, da mihi, ut, quantum scis expedire, intelligam, quia es sicut credimus, et hoc es quod credimus. Et quidem credimus te esse aliquid quo nihil maius cogitari possit. An ergo non est aliqua talis natura, quia "dixit insipiens in corde suo: non est Deus" ? Luego Señor, tú que das el entendimiento a la fe, dame de entender, tanto como consideres bueno, que tú eres como creemos y lo que creemos. Y bien, creemos que tú eres algo mayor que lo cual no puede pensarse cosa alguna. Ahora, ¿acaso no existe esta naturaleza, porque "dijo el necio en su corazón: no hay Dios" ?
Anselmo de Canterbury, inicio del argumento ontológico para probar la existencia de Dios.
Proslogio, capítulo II (1078). La frase entrecomillada es una cita bíblica (Salmos 13:1).[64]
Dicitur Exodi III, ex persona Dei, ego sum qui sum.

Deum esse quinque viis probari potest... Quinta via sumitur ex gubernatione rerum. Videmus enim quod aliqua quae cognitione carent, scilicet corpora naturalia, operantur propter finem, quod apparet ex hoc quod semper aut frequentius eodem modo operantur, ut consequantur id quod est optimum; unde patet quod non a casu, sed ex intentione perveniunt ad finem. Ea autem quae non habent cognitionem, non tendunt in finem nisi directa ab aliquo cognoscente et intelligente, sicut sagitta a sagittante. Ergo est aliquid intelligens, a quo omnes res naturales ordinantur ad finem, et hoc dicimus Deum.

Se dice en Éxodo 3,14 de la persona de Dios: "Yo soy el que es."

La existencia de Dios puede ser probada de cinco maneras distintas... La quinta se deduce a partir del ordenamiento de las cosas. Pues vemos que hay cosas que no tienen conocimiento, como son los cuerpos naturales, y que obran por un fin. Esto se puede comprobar observando cómo siempre o a menudo obran igual para conseguir lo mejor. De donde se deduce que, para alcanzar su objetivo, no obran al azar, sino intencionadamente. Las cosas que no tienen conocimiento no tienden al fin sin ser dirigidas por alguien con conocimiento e inteligencia, como la flecha por el arquero. Por lo tanto, hay alguien inteligente por el que todas las cosas son dirigidas al fin. Le llamamos Dios.

Tomás de Aquino, quinta de las Cinco Vías (Quinquae viae) para probar la existencia de Dios.
Summa Theologiae (Suma Teológica, 1274), Quaestio 2, Articulus 3.[65]
Compárese con los argumentos actuales sobre el diseño inteligente.
El surgimiento de la burguesía
Signoria de Florencia, una institución municipal que ejerce el poder soberano en esta ciudad estado italiana, dominada por una potente burguesía artesanal y comercial que se va ennobleciendo y convirtiendo en patriciado urbano.

La burguesía es el nuevo agente social formado por los artesanos y mercaderes que surgen en el entorno de las ciudades, bien en las antiguas ciudades romanas que habían decaído, bien en nuevos núcleos creados en torno a castillos o cruces de caminos -los propiamente llamados burgos-. Muchas de estas ciudades incorporaron ese nombre -Friburgo, Estrasburgo; en España Burgo de Osma o Burgos-.

La burguesía estaba interesada en presionar al poder político (imperio, papado, las diferentes monarquías, la nobleza feudal local o instituciones eclesiásticas -diócesis o monasterios- de las que dependieran sus ciudades) para que se facilitara la apertura económica de los espacios cerrados de las urbes, se redujeran los tributos de portazgo y se garantizaran formas de comercio seguro y una centralización de la administración de justicia e igualdad de las normas en amplios territorios que les permitieran desarrollar su trabajo, al tiempo que garantías de que los que vulnerasen dichas normas serían castigados con igual dureza en los distintos territorios.

Aquellas ciudades que abrían las puertas al comercio y a una mayor libertad de circulación, veían incrementar la riqueza y prosperidad de sus habitantes y las del señor, por lo que con reticencias pero de manera firme se fue difundiendo el modelo. Las alianzas entre señores eran más comunes, no ya tanto para la guerra, como para permitir el desarrollo económico de sus respectivos territorios, y el rey fue el elemento aglutinador de esas alianzas.


Eva hilando ante la cuna de uno de sus hijos. Ilustración del folio 8 del Psalterio Hunter. La introducción de la rueca para hilar fue una de las innovaciones introducidas desde Asia en la Plena Edad Media. La de la ilustración es una hilandera primitiva, sin rueda. Ambas eran utilizadas tanto en la artesanía urbana como en las labores domésticas de las mujeres en campo y ciudad. Como todos los trabajos, dio origen a tensiones sociales: When Adam delved, and Eve span / Who was then a gentleman? ("Cuando Adán cavaba y Eva hilaba, ¿quién era entonces caballero?") era una rima popular con la que el clérigo John Ball movilizó a los campesinos ingleses de la revuelta de 1381.

En los burgos surgieron muchas instituciones sociales nuevas. El desarrollo del comercio llevó aparejado consigo el del sistema financiero y la contabilidad. Los artesanos se unieron en asociaciones llamadas gremios, ligas, corporaciones, cofradías, o artes, según el lugar geográfico. El funcionamiento interno de los talleres gremiales implicaba un aprendizaje de varios años del aprendiz a cargo de un maestro (el dueño del taller), que implicaba el paso de aquél a la condición de oficial cuando demostrara conocer el oficio, lo que implicaba su consideración como trabajador asalariado, una condición de por sí ajena al mundo feudal que incluso se trasladó al campo (en principio de manera marginal) con los jornaleros que no disponían de tierras propias ni concedidas por el señor. La asociación de los talleres en los gremios, funcionaba de manera completamente contraria al mercado libre capitalista: se procuraba evitar todo rasgo posible de competencia fijando los precios, las calidades, los horarios y condiciones de trabajo, e incluso las calles donde podían radicarse. La apertura de nuevos talleres y el paso del rango de oficial al de maestro estaban muy restringidos, de modo que en la práctica se incentivaban las herencias y los enlaces matrimoniales endogámicos dentro del gremio. El objetivo era conseguir la supervivencia de todos, no el éxito del mejor.

Más apertura demostró el comercio. Los buhoneros que iban de aldea en aldea, y los escasos aventureros que se atrevían a hacer viajes más largos eran los mercaderes más habituales de la Alta Edad Media, antes del año 1000. En tres siglos, para comienzos del siglo XIV, las ferias de Champaña y de Medina habían creado rutas terrestres estables y más o menos seguras que (a lomos de mulas o con carretas en el mejor de los casos) recorrían Europa de norte a sur (en el caso castellano siguiendo las cañadas trashumantes de la Mesta, en el caso francés enlazando los emporios flamenco y norte-italiano a través de las prósperas regiones borgoñonas y renanas, todas ellas salpicadas de ciudades).


Las catedrales y la búsqueda de la altura
ItaliaSienaDuomoDaTorreMangia.jpg
Santa Maria del Fiore.jpg
En la Edad Media, la oposición entre lo alto y lo bajo "se proyecta en el espacio": se construyen torres y murallas muy elevadas, muy visibles, para manifestar que se quiere escapar de lo "bajo"... lo alto y la altura designan lo que es grande y hermoso... se expresa en la construcción de los castillos y las catedrales... Esa oposición es el correlato de la que existe entre el cielo y la tierra.

(...)

Luego, se buscó la luz, e incluso se acabó por identificar a Dios con la luz. Los progresos técnicos, la búsqueda de espacios abiertos y el uso cada vez más sofisticado del hierro y los diversos metales dieron nacimiento, entre los siglos XI y XIII a las grandes catedrales.[74]

La rivalidad entre castillos señoriales tuvo su correlato urbano en la rivalidad entre casas fortificadas, con torres desafiantes, que han sobrevivido en los espectaculares conjuntos de San Gimignano o de Cáceres. Mucho más extendida estuvo la rivalidad de las catedrales, cuya construcción se demoraba por siglos, desarrollándose de un modo orgánico, sin que los planes originarios se terminaran, haciendo que el resultado final fuera habitualmente la suma de estilos muy diferentes. Se llegaron a producir verdaderas carreras de prestigio, como la que se prolongó por cientos de años entre las de Siena y Florencia. Las dimensiones extraordinarias de ambas hicieron imposible que se terminaran antes de la crisis bajomedieval, lo que determinó que los sieneses (izquierda: Catedral de Siena Duomo di Santa María) optaran por conformarse con lo construido hasta entonces (para que pudiera utilizarse desde sus inicios, siempre se comenzaban las obras por el ábside, permitiendo consagrar el altar y dar culto mientras continuaban las obras). Lo que se pretendía era convertir el actual brazo mayor en el menor, y construir un brazo mayor verdaderamente descomunal (proyecto de 1339 que tuvo que abandonarse; el diseño inicial era de 1215-1263). Mientras tanto, los florentinos (derecha: Catedral de Florencia Duomo di Santa María dei Fiori), humillados por no ser capaces de cubrir el gigantesco espacio central del crucero (un desproporcionado tambor octogonal sobreelevado), tuvieron que esperar a que Filippo Brunelleschi consiguiera resolver el desafío técnico con una impresionante cúpula que abre la época del Renacimiento (concurso de 1419 y construcción entre 1420 y 1436). Véase también catedrales de España.

Nuevas entidades políticas

Poderes Universales, Monarquías Feudales y Ciudades-Estado

En la Plena Edad Media se observó una gran disparidad en la escala a que se ejercía el poder político: los poderes universales (Pontificado e Imperio) seguían reivindicando su primacía frente a las Monarquías feudales, que en la práctica funcionaban como estados independientes. Al mismo tiempo, entidades mucho más pequeñas en extensión demostraban ser muy dinámicas en las relaciones internacionales (las ciudades-estado italianas y las ciudades libres del Imperio Germánico), y el municipalismo demostró ser una fuerza muy a tener en cuenta en todos los territorios de Europa.[75]

El redescubrimiento del Digesto justinianeo (Digestum Vetus) permitió el estudio autónomo del Derecho (Pepo e Irnerio) y el surgimiento de la Escuela de los Glosadores y de la Universidad de Bolonia (1088). Ese suceso, que permitirá el redescubrimiento paulatino del Derecho romano, llevará a la formación del llamado Corpus Iuris Civilis y a la posibilidad de plantear un Ius commune (Derecho común), y justificar la concentración de poder y capacidad reglamentaria en la institución imperial, o en los monarcas, cada uno de los cuales empezará a considerarse como imperator in regno suo (emperador en su reino).

Rex superiorem non recognoscens in regno suo est Imperator: El rey no reconoce superiores, en su reino es emperador.
Decretal Per Venerabilem de Inocencio III, 1202.[76]

Parlamentarismo

Apareció el parlamentarismo, una forma de representación política que con el tiempo se convirtió en el precedente de la división de poderes consustancial a la democracia de la Edad Contemporánea. La primacía en el tiempo la tiene el Alþingi islandés (930), que seguía el modelo de los thing o asambleas de guerreros germanos; pero desde finales del siglo XI se fue gestando un nuevo modelo institucional, derivado de la obligación feudal de consilium, que implicaba a los tres órdenes feudales, y se generalizó por Europa occidental: las Cortes de León (1188), el Parlamento inglés (1258) -previamente las relaciones de poder entre rey y nobleza habían sido reguladas en la Carta Magna, 1215, o las Provisiones de Oxford, 1258- y los Estados Generales franceses (1302).

La Reforma Gregoriana y las reformas monásticas

Torre de la Abadía de Cluny.

Hildebrando de Toscana, ya desde su posición bajo los pontificados de León IX y Nicolás II, y más tarde como papa Gregorio VII (con lo que cubre toda la segunda mitad del siglo XI), emprendió un programa de centralización de la Iglesia, con la ayuda de los benedictinos de Cluny, que se extendieron por toda Europa Occidental implicando a las monarquías feudales (destacadamente en los reinos cristianos peninsulares, a través del Camino de Santiago).

Las siguientes reformas monásticas, como la cartuja (San Bruno) y sobre todo la cisterciense (San Bernardo de Claraval) significarán nuevos fortalecimientos de la jerarquía eclesiástica y su implantación dispersa en todo el territorio europeo como una impresionante fuerza social y económica ligada a las estructuras feudales, vinculada a las familias nobles y a las dinastías regias y con una base de riqueza territorial e inmobiliaria, a la que se añadía el cobro de los derechos propios de la Iglesia (diezmos, primicias, derechos de estola, y otras cargas locales, como el voto de Santiago en el noroeste de España).

El fortalecimiento del poder papal intensificó las tensiones políticas e ideológicas con el Imperio Germánico y con la Iglesia oriental, que en este caso terminarán llevando al Cisma de Oriente.

Las Cruzadas trajeron como consecuencia la creación de un tipo especial de órdenes religiosas, que, además de someterse a una regla monástica (habitualmente la cisterciense, incluyendo el cumplimiento teórico de los votos monásticos) exigían a sus componentes una vida castrense más que ascética: fueron las órdenes militares, fundadas tras la toma de Jerusalén en 1099 (caballeros del Santo Sepulcro, templarios -1104- y hospitalarios -1118-). También se constituyeron en otros contextos geográficos (órdenes militares españolas y caballeros teutónicos).


Anunciación por Conrad von Soest, 1403. La Virgen, modelo de virtudes femeninas, cuya inocencia es simbolizada por el lirio, escucha el mensaje divino traído por el arcángel San Gabriel y acepta su destino (concebir a Cristo por obra y gracia del Espíritu Santo -la paloma-) con humildad y obediencia: Ecce ancilla Domini; fiat mihi secundum verbum tuum: He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra (Lucas 1:38).[78]

Innovaciones dogmáticas y devocionales

A partir del siglo XI y el siglo XII, se introdujeron en el cristianismo latino innovaciones dogmáticas y devocionales de gran trascendencia:

La imposición del rito romano frente a la anterior multiplicidad de liturgias (rito hispánico, rito bracarense, rito ambrosiano, etc.)

La imposición del celibato sacerdotal en el Concilio de Letrán (1123).

El hallazgo del papel del purgatorio como estadio intermedio de las almas entre cielo e infierno, que intensificará la función intermediadora de la Iglesia a través de las oraciones y misas y los méritos de la Comunión de los Santos por ella administrados.

Mariolatría

La intensificación del papel de la Virgen María, que pasa a ser una corredentora con atributos investigados por la mariología y aún no dogmatizados (Inmaculada Concepción, Asunción de la Virgen), con nuevas devociones y oraciones (Avemaría -yuxtaposición de textos evangélicos que se introduce en occidente en el siglo XI-, Salve -adoptada por Cluny en 1135-, Rosario -introducido por Santo Domingo contra los albigenses-), una fiebre de fundaciones de iglesias en su nombre, y con un amplísimo tratamiento artístico. En la época del amor cortés la devoción a la Virgen apenas podía distinguirse, al menos en las formas, de la que el caballero sentía por su dama.[79]

La mariología había nacido en la Antigüedad tardía con la patrística, y el culto popular de la virgen fue uno de los factores clave de la suave transición del paganismo al cristianismo, que suele interpretarse como una adaptación del patriarcal monoteísmo del judaísmo al matriarcal panteón de las diosas-vírgenes-madre del Mediterráneo clásico: la cananea Astarté, la babilonia Istar, las griegas Rea y Gaia, la frigia Cibeles, la Artemisa de Éfeso, la Deméter de Eleusis, la egipcia Isis, etc.[80] La controversia Cristotokos-Theotokos (María como "Madre de Cristo" o "Madre de Dios"), y el amplio tratamiento de ésta en el arte bizantino habían caracterizado a la iglesia oriental. El protagonismo de la Virgen quedaba ampliamente compensado con la misoginia del tratamiento de otras figuras femeninas, destacadamente Eva, la Magdalena y Santa María Egipcíaca. La renuncia al cuerpo (la carne enemiga del alma) y a las riquezas, que da oportunidad al arrepentimiento y la redención (y confía su gestión a la Madre Iglesia) solía ser el aspecto más destacable también en las vidas de otras santas y mártires.[81]

Sacramentos y cohesión social. Minorías religiosas
El pecado original, por Bertram von Minden, 1375. El tema de Adán y Eva daba la ocasión más habitual de representación de desnudos durante la Edad Media.

Por último, la institucionalización de los sacramentos, especialmente la penitencia y la comunión pascual que se plantean como trámites anuales que el fiel ha de cumplir ante su párroco y confesor. La vivencia comunitaria de los sacramentos, sobre todo los que significan cambios vitales (bautismo, matrimonio, extrema unción), y los rituales funerarios, cohesionaban fuertemente a las sociedades locales tanto aldeanas como urbanas, sobre todo cuando se enfrentaban a la convivencia con otras comunidades religiosas -judíos en toda Europa y musulmanes en España-.


Expansión geográfica de la Europa feudal

Willelm Dux, el Duque Guillermo de Normandía dirige sus tropas a la batalla de Hastings que le convertirá en rey de Inglaterra (1066). Tapiz de Bayeux, bordado pocos años después.

La expansión geográfica se llevó a cabo, o se intentó llevar a cabo, al menos, en varias direcciones, siguiendo no tanto un propósito determinado por concepciones nacionalistas inexistentes en la época, sino la dinámica propia de las casas feudales. Los normandos, vikingos asentados en Normandía, dieron origen a una de las casas feudales más expansivas de Europa, que se extendió por Francia, Inglaterra e Italia, enlazada con las de Anjou-Plantagenet y Aquitania. Las casas de Navarra y Castilla (dinastía Jimena), Francia, Borgoña y Flandes (Capetos, Casa de Borgoña -extendida por la Península Ibérica-, Valois) y Austria (casa de Habsburgo) son otros buenos ejemplos, y todas ellas se vieron vinculadas por alianzas, enlaces matrimoniales y enfrentamientos sucesorios o territoriales, consustanciales a las relaciones feudo-vasalláticas y expresión de la violencia inherente al feudalismo.[85] En el contexto espacial de la Europa Nórdica y Centro-Oriental tuvieron un desarrollo similar la Casa de Sweyn Estridsson danesa, la Bjälbo noruega y los Sverker y Erik suecos; y más tarde la Dinastía Jogalia o Jagellón (Hungría, Bohemia, Polonia y Lituania).

En España, simultáneamente a la disolución del Califato de Córdoba (en guerra civil desde el 1010 y extinguido el 1031), se creó un vacío de poder que los reinos feudales cristianohispánicos de Castilla, León, Navarra, Portugal y Aragón (fusionado dinásticamente con el condado de Barcelona) intentaron aprovechar, expandiéndose frente a los reinos de taifas musulmanes en la llamada Reconquista. En las Islas Británicas, el reino de Inglaterra intentó repetidas veces invadir a Gales, Escocia e Irlanda, con mayor o menor éxito.

Reconstrucción de un drakkar, embarcación usada habitualmente por los vikingos.

En Europa del Norte, acabadas las invasiones de los vikingos, las riquezas saqueadas por éstos sirvieron para adquirir productos y servicios occidentales, creando en el Mar Báltico una próspera red comercial que atrajo a los escandinavos a la civilización occidental, mientras su expansión hacia el oeste por el Atlántico (Islandia y Groenlandia) no pasó de la mítica Vinlandia (asentamiento fracasado en América del Norte, en torno al año 1000). Los vikingos orientales (varegos), llegaron hasta Constantinopla, y fundaron los reinos de Ucrania y Rusia. Los vikingos meridionales (normandos) se instalaron en Normandía, Inglaterra, Sicilia y el sur de Italia, creando reinos centralizados y eficientes (Rolón, Guillermo el Conquistador y Rogerio I de Sicilia). En el este, en el año 955, Otón el Grande batió a los magiares en la Batalla del Río Lech y reincorporó Hungría a Occidente, al tiempo que comenzaba la "germanización" de Polonia, hasta entonces pagana. Posteriormente, desde tiempos de Enrique el León (siglo XII), los alemanes se fueron abriendo paso a través de las tierras de los vendos, hasta el Mar Báltico, en un proceso de colonización conocido como Ostsiedlung (que será mitificado posteriormente con el romántico nombre de Drang nach Osten, o Afán de ir hacia el Este, lo que sirvió para justificar la teoría nazi del espacio vital alemán Lebensraum). Pero sin lugar a dudas, el movimiento de expansión más espectacular, aunque finalmente fallido, fueron las Cruzadas, en donde selectos miembros de la nobleza guerrera occidental cruzaron el Mar Mediterráneo e invadieron el Medio Oriente, creando reinos de efímera duración.

Luis IX de Francia (San Luis) dirigió a sus caballeros a un desembarco naval contra el fuerte egipcio de Damietta en la Quinta Cruzada (1217-1221).
Las Cruzadas

Las Cruzadas fueron expediciones emprendidas, en cumplimiento de un solemne voto, para liberar Tierra Santa de la dominación musulmana. El origen de la palabra remonta a la cruz hecha de tela y usada como insignia en la ropa exterior de los que tomaron parte en esas iniciativas, a partir de la petición del Papa Urbano II y las predicaciones de Pedro el Ermitaño. Las sucesivas cruzadas tuvieron lugar entre los siglos XI y XIII. Fueron motivadas por los intereses expansionistas de la nobleza feudal, el control del comercio con Asia y el afán hegemónico del papado sobre las iglesias de Oriente.

Balance de la expansión geográfica
Espada, cetro, orbe y corona (con su característica cruz inclinada) de San Esteban de Hungría, rey magiar convertido al cristianismo y coronado en diciembre del año 1000 por el papa Silvestre II, en un acto similar al que protagonizó Carlomagno exactamente doscientos años antes, significando en este caso la expansión del cristianismo occidental y las instituciones feudales por la Europa centro-oriental.

El balance de esta expansión fue espectacular, por comparación a la vulnerabilidad de la oscura época anterior: Tras medio siglo de instituciones carolingias, hacia 843 (Tratado de Verdún), los territorios que podían identificarse más o menos próximamente con ellas (lo que podría denominarse una formación social cristiano occidental) se extendían por Francia, el oeste y sur de Alemania, el sur de Gran Bretaña, las montañas septentrionales de España y el norte de Italia. Un siglo después, en la época de Batalla del Río Lech (955), no había región de Europa Occidental a salvo de las nuevas oleadas de invasores bárbaros, que parecían conducir a una nueva crisis de civilización.[86]

Sin embargo, en los dos siglos siguientes al fatídico año mil el panorama había cambiado completamente: para la época de la Batalla de Navas de Tolosa (1212), habían sido incorporadas a la civilización europea toda Italia hasta Sicilia, la Gran Bretaña no inglesa (Escocia y Gales), Escandinavia (que se expandía por el Atlántico Norte hasta Groenlandia), buena parte de Europa Oriental (Polonia, Bohemia, Moravia y Hungría, quedando los pueblos eslavos de los Balcanes y Rusia en la órbita del cristianismo oriental e institucionalizando sus propios reinos) y media Península Ibérica (en el transcurso del siglo XIII lo sería toda excepto el tributario reino nazarí de Granada, quedando marcado definitivamente el predominio cristiano sobre el estrecho de Gibraltar con la batalla del Salado -1340-). Otros territorios periféricos (como Lituania o Irlanda) estaban sometidos a una presión militar cada vez mayor por parte de los reinos centrales de la cristiandad latina. Más allá de los límites de Europa Occidental, las incursiones militares de huestes latinas de muy variada composición habían puesto en sus manos lugares tan lejanos como Constantinopla y los ducados de Atenas y Neopatria o Jerusalén y los Estados Cruzados.


El ocaso de la Edad Media (siglos XIV y XV)

Muerte de Wat Tyler, líder de la revuelta campesina de 1381 en Inglaterra.

El símil astronómico de ocaso, que Johan Huizinga convierte en otoño, es utilizado con mucha frecuencia en la historiografía, con un valor analógico que más que una decadencia en lo económico o lo intelectual refleja un claro agotamiento de los rasgos específicamente medievales frente a sus sustitutos modernos.[87]

La crisis del siglo XIV

El final de la Edad Media llega con el comienzo de la transición del feudalismo al capitalismo, otro periodo secular de transición entre modos de producción que no finalizará hasta el final del Antiguo Régimen y el comienzo de la Edad Contemporánea, con lo que tanto este último periodo medieval como la Edad Moderna entera cumplen un papel similar y cubren una similar extensión temporal (500 años) a lo que significó la Antigüedad Tardía para el comienzo de la Edad Media.

La ley de rendimientos decrecientes empezó a mostrar sus efectos a medida que el dinamismo de los campesinos forzó la roturación de tierras marginales y las lentas mejoras técnicas no podían sucederse a un ritmo semejante. La coyuntura climática cambió, acabando con el denominado óptimo medieval que permitió la colonización de Groenlandia y el cultivo de vides en Inglaterra. Las malas cosechas condujeron a hambrunas que debilitaron físicamente a las poblaciones, preparando el terreno para que la Peste negra de 1348 fuera una catástrofe demográfica en Europa. La repetición sucesiva de epidemias caracterizó un ciclo secular.

Consecuencias de la crisis

El matrimonio Arnolfini, por Jan van Eyck (1430), representa el interior de una acomodada casa burguesa, que ambientan bien algunos de los nuevos valores de esa emergente clase social: la propiedad privada ganada con el trabajo, la familia nuclear, la moderación, la discreción y la privacidad. La escena transcurre en Flandes, un emporio comercial y artesanal, que suscitó el florecimiento de una nueva forma de pintura, la de los primitivos flamencos que entre otras innovaciones, iniciaron la pintura al óleo, lo que permitía detalles sutilísimos para hacer cada vez más fieles los retratos, un género que siglos antes no tenía ninguna demanda social.

Las consecuencias no fueron negativas para todos. Los supervivientes acumularon inesperadamente capital en forma de herencias, que pudo en algunos casos invertirse en empresas comerciales, o acumularon inesperadamente patrimonios nobiliarios. Las alteraciones de los precios de mercado de los productos, sometidos a tensiones nunca vistas de oferta y demanda cambió la forma de percibir las relaciones económicas: los salarios (un concepto, como el de circulación monetaria ya de por sí disolvente de la economía tradicional) crecían al tiempo que las rentas feudales pasaron a ser inseguras, obligando a los señores a decisiones difíciles. Alternativamente primero tendieron a ser más comprensivos con sus siervos, que a veces estuvieron en situación de imponer una nueva relación, liberados de la servidumbre; mientras que en un segundo momento, sobre todo tras algunas rebeliones campesinas fracasadas y duramente reprimidas, impusieron en algunas zonas una nueva refeudalización, o cambios de estrategia productiva como el paso de la agricultura a la ganadería (expansión de la Mesta).[6]

El negocio lanero produjo curiosas alianzas internacionales e interestamentales (señores ganaderos, mercaderes de la lana, artesanos de paños) que suscitaron verdaderas guerras comerciales (en ese sentido se ha podido interpretar las cambiantes alianzas y divisiones internas Inglaterra-Francia-Flandes durante la Guerra de los Cien Años, en la que Castilla se implicó en su propia guerra civil).[88] Únicamente los nobles con más capacidad (demostrada la mayor parte de las veces por el despojo de nobles con menos capacidad) pudieron convertirse en una gran nobleza o aristocracia de grandes casas nobiliarias, mientras que la pequeña nobleza se empobrecía, reducida a la mera supervivencia o a la búsqueda de nuevos tipos de ingresos en la creciente administración de las monarquías, o a los tradicionales de la Iglesia.



Díptico de Melun, de Jean Fouquet (1450). Panel izquierdo: Étienne Chevalier, el donante, con San Esteban, su santo patronímico. En otra época, la perspectiva jerárquica hubiera distanciado a un simple mortal, por muy poderoso que fuera, de personajes celestiales.
Mismo díptico, Panel derecho: La Virgen con el Niño. La modelo fue Agnès Sorel, amante del rey Carlos VII de Francia, lo que aumenta el atrevimiento de la representación, que aun así resultaba asumible por la sensibilidad de la época.